Gritos y susurros emanan de las obras de José Miguel Abril, creaciones que esbozan la fragilidad del ser, y la necesidad de saberse preso de sus pasiones y anhelos.
Sus enérgicas pinceladas, cargadas de vitalismo, dialogan con los volúmenes de alabastro, que emergen como si fueran testigos de una cruenta batalla, esa que todo ser movido por su destino realiza consigo mismo, la voluntad y el deseo, la frustración y la lucha.
Pero más allá del puro existencialismo se observa, una fuerza Desgarradora que nos insta a vivir, a surgir de la nada para alcanzar La máxima expresión del ser humano, partiendo del dualismo entre yo y el mundo, que avanzan a tiempos diferentes.
Por encima del nihilismo de Heidegger, vislumbramos el ser intimo y personal, su fuerza creadora, expresiva, arrolladora, latente en los colores vivos de sus pinturas, en la belleza de las formas de los cuerpos, la expresión de los rostros y las superficies pulidas de la piedra.
Abril perfila los limites de la materia, consiguiendo deformar el canon y crear una belleza diferente, inquietante, sugerida, tal vez esbozada. Y es que, el tiempo se nos va pero en la penumbra se vislumbran las formas como llamamiento a la vida, como triunfo sobre un destino imperativo. Se trata de la transformación del dolor existencial en belleza ferozmente evocadora.
Su obra ha viajado a ciudades como La Haya, Mónaco, Oslo y Barcelona y está presente en colecciones privadas de París, Utrecht, Madrid, y el Monasterio de Poblet en Tarragona, donde realizó una de sus exposiciones individuales más sugerentes por el ambiente espiritual de este lugar de culto
Desarrolla una obra intensa y cargada de misterio que gira de un modo constante en torno al hombre, como lugar donde reside la memoria y que sufre la constante transformación vital, profundiza desde una visión ancestral en su existencia y sus conflictos.
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